La victoria de la vida

 

Defender la vida humana del concebido y no nacido supone en estos tiempos una gran aventura, que se identifica con una profunda inteligencia. El inocente, el bebé, al que se mata impune y legalmente, vale más que mil universos. El que se elimine a tantos no es más que otra clara prueba de que el mundo está al revés. El triunfo aparente de la cultura de la muerte no es más que el negativo de la foto de la vida.

 

Quien considera que los principios de fuerza, de egoismo y de radical autonomia son los quicios del mundo no es más que un desquiciado.
La inocencia de un chaval intrauterino masacrado,(adjunto imagen), tiene tal fuerza magnetica que acaba por arrasar el corazón y la mente de sus ejecutores, madres que se arrepienten horrorizadas de lo que han hecho, y consumados abortistas que se declaran con posterioridad, y llorando "asesinos de masas".

 

El actual estado de embotamiento y criminalidad mundial abortista, es una herida siniestra y profunda que la humanidad enferma elige para autolesionarse. Sin embargo lo más profundo que existe en el hombre es algo que él no ha elegido.
La misericordia, la ayuda, el amor que afirma la vida. Estas reglas del juego de la existencia actúan como frontones de hierro contra embestidas de una libertad desarraigada y sin fruto.
La cultura de la vida es la única que va a vivir, aunque da mucha pena tanta ceguera y obstinación en lo inaceptable: el cinismo egoista. No es preciso ser cristiano para ser un defensor de la vida, basta ser mujer u hombre no una bestia. Sin embargo, los cristianos pertenecemos a la cultura del niño, es por esto que el aborto es justamente lo contrario al cristianismo: a Belén.