Dejar volar alto

 


Contaba mi tío que cuando él y mi padre eran adolescentes y él andaba metido en algún movimiento juvenil, ante las advertencias de mi abuelo, mi padre le defendía diciendo: "déjale que vuele, papá".

Esta anécdota, de la que me enteré por primera vez este verano, días antes de morir mi padre, me hizo entender por qué mi padre nunca quiso ponernos barreras a sus hijos en nuestro desarrollo personal y profesional. Mis padres nunca hicieron sentirnos mal por el hecho de tener que irnos lejos de casa, a pesar de lo que les costaría.

Siempre me ha admirado la generosidad de los padres que renuncian a tener a sus hijos cerca por el bien de estos. Así ha sido el caso de los nuestros. No cabe más que agradecer que te hayan dejado volar alto, perseguir tus objetivos, renunciando a tenerte al lado.

Pero al final el Señor ha premiado esa generosidad. Todos hemos tenido ocasión de acompañarle periódicamente durante estos tres años y medio. Mi padre ha muerto después de que cada uno de sus hijos estuviera cuidando de él en el hospital y, después de su muerte, ha querido que se hayan celebrado cuatro funerales en su memoria (Valencia, Murcia, Pamplona y Madrid) a los que han asistido y rezado por él cientos de amigos de sus hijos en total. Dios ha pagado esa entrega y esa renuncia. Imagino el gran regalo que habrá tenido también en el cielo... gracias papá.

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