AMAR A LOS DEMÁS.
Cada
día se trata peor a las personas pienso como debíamos comportarnos con los
hombres que nos rodean, lo cual está espléndidamente expresado en la segunda
parte del primer mandamiento, del Decálogo: «Amarás al prójimo como a ti
mismo.»
Este
amor es diferente de la primera parte de amar a Dios sobre todas las cosas,
porque los hombres no somos dioses. El amor a Dios tiene que ser absoluto,
porque tenemos respecto a él una dependencia absoluta. En el amor a los
hombres, en cambio, se nos pone una medida, aunque es una medida muy exigente:
Hay que amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos.
No
se puede negar que se trate de una comparación feliz, y que encierre una sabia
pedagogía. Se trata de querer para los demás lo que queremos para nosotros y de
evitarles lo que nosotros evitamos. Es lógico que tengamos que amar a los demás
como a nosotros mismos, porque son seres de la misma categoría que nosotros,
hombres como nosotros. Para Dios todo; para los hombres, lo mismo que queremos
para nosotros. La moral sigue la lógica de las cosas, el orden de la realidad.
Evidentemente,
no podemos amar a todos los hombres con la misma intensidad. Esto excede
completamente nuestras capacidades reales. Somos muchos millones de seres
humanos sobre la tierra; a la mayor parte no los conocemos y no tenemos ninguna
relación con ellos, ningún contacto.
Por
eso se nos da un criterio de orden: ama al prójimo; esto es: ama al próximo, al
más cercano. Hay que preocuparse de los que están más próximos por lazos de
sangre, de amistad, de camaradería; también de proximidad física.
En
definitiva se trata de un precepto realista para que no nos dejemos llevar por
la imaginación. Amar a los demás se concreta en amar a todos los que tenemos
cerca y en la medida en que están cerca. Puede ser más fácil ser simpáticos y
tratar bien a las personas con las que convivimos esporádicamente. Pero esto no
suele ser realmente amor. Donde se demuestra si hay o no amor a nuestros
semejantes, es cuando amamos a las
personas con las que convivimos. Es un desorden pensar que amamos a los que
viven lejos de nosotros, si maltratamos a los que viven cerca. En cambio,
cuando nos esforzamos por amar a los que están cerca, somos capaces de amar
también a los que están más lejos porque nos acostumbramos -nos educamos- a
amar.
Dentro
de este apartado de los deberes hacia nuestros semejantes, hay que incluir
también todas las realidades culturales y sociales, que son fruto de la
historia y de la convivencia humana: por ejemplo, personas jurídicas y morales,
instituciones, tradiciones, costumbres, etc.; en general, todo el patrimonio
cultural humano que existe realmente y, por eso, nos impone también deberes.
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Un abrazo.
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