Aprender a esperar

 

Se ha dicho mucho sobre la inmediatez que nos domina hoy en día: comprar algo por Amazon y tenerlo de inmediato; ver series de golpe sin esperar capítulo a capítulo, hasta ya casi cocinamos con el microondas sin necesidad de esperar a fuego lento.

Sin embargo, la naturaleza nos habla mucho sobre la espera: la espera de la noche al día, la espera de la cosecha, desde la espera del crecimiento de un naranjo para que dé frutos hasta la del embarazo para la llegada de un hijo... todas las cosas importantes son dadas después de un tiempo de espera.

Pero nos cuesta esperar y no dejamos de preguntarnos: para qué, si lo puedo tener ya; pues porque es necesario. Los jóvenes no entienden, por ejemplo, para qué esperar a tener relaciones íntimas con su pareja si ya pueden estar juntos. Pero la espera nos prepara y nos mejora. Podemos saltarnos los pasos, podemos acelerar nuestras vidas, podemos forzar el crecimiento, pero la naturaleza es sabia y Dios más. Este fin de semana me comentaba una amiga que trabaja en una conocida compañía de producción de jamón ibérico y de vinos, que sus productos tienen que estar inmovilizados durante años: desde la cría del cerdo  hasta los cinco años que necesita el jamón para curarse. Han intentado acelerar el proceso con túneles de viento y de secado, pero ha sido imposible. El jamón bueno necesita tiempo natural de cura, el buen vino necesita tiempo de fermentación.

Tras la muerte de Ginés, el Señor nos ha hecho ver a sus hijos que hay que aprender a esperar. En marzo de 2019, tuvo una neumonía que le puso a las puertas de la muerte. El cardiólogo le dijo a mi madre que avisara a sus hijos para despedirse de él, pero salió adelante. Mi padre desde entonces se quedó muy mermado de fuerzas y de movimiento, pero el verdadero estaba en el interior. Han sido casi tres años y medio de espera; de estar pendiente de los demás; de estar rezando por todos, de no poder salir a la calle... de esperar a su encuentro con Dios. Y Ginés lo ha aceptado con serenidad, con fe y amor de Dios. Todos hemos visto cómo mi padre ha crecido exponencialmente en estos años de "no hacer nada". Sus defectos se han ido limando, su corazón ha crecido más si cabía y al final, como decía mi madre, llegaba a sonreír con la mirada. A mi padre, Dios lo ha madurado por dentro en este tiempo de espera.

Cada uno lo aplicaremos de un modo distinto, pero tiene pinta de que esto es la vida, una espera para dejar que Dios vaya haciendo lo que él vea; hasta estar preparados y poder, entonces, verlo cara a cara y abrazarle en el gran encuentro.

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