DEVOCIÓN
A LAS ALMAS DEL PURGATORIO, SUFRAGIOS.
Ante la festividad del dia de los difuntos es una verdad dogmática y muy consoladora, saber que después de la muerte, no se
rompen los lazos con quienes fueron nuestros compañeros de camino, padres,
hermanos, familiares, amigos, con todos ellos seguimos unidos.
Hasta
que vuelva el Sr. al final de los tiempos, nos recuerda el M. de la I., unos están peregrinando en
la tierra, otros se están purificando
después de acabar esta vida, y otros gozan de la gloria. Hay está la Iglesia militante, la I. Purgante y la I. triunfante.
La
consideración que hoy hacemos de las benditas almas del purgatorio, nos tienen
que llevar a recordar lo que nos decía algún santo: “hay que saltarse el
purgatorio a la torera”.
Para
ello debemos pensar que la vida cristiana no está hecha de “bastas”, hay que
seguir caminando a pesar de los obstáculos, a pesar de las caídas, a pesar de
los fracasos.
La
única razón para dar por terminado el camino, es haber llegado a la meta.
Todos, aunque en grado y manera distinta
comulgamos en la misma caridad de Dios y del prójimo.
Durante
todo el mes de noviembre dedicamos nuestro recuerdo piadoso a quienes se
purifican en el purgatorio. Porque es bueno y santo el pensamiento de orar por
los difuntos, para que se borren los daños que todavía quedan de los pecados
que cometieron.
Hemos
de ayudar a las almas del purgatorio, como lo hace la Santa Madre Iglesia, a aligerar
su pena con nuestra oración y con nuestros afanes y realidades de reparación
abundante.
La
oración a favor de las almas del purgatorio es un deber de caridad y justicia.
La Iglesia pide estos días constantemente darles el descanso
eterno y que brille sobre ellos la luz perpetua.
La
situación de estas almas es de sufrimiento y gozo al mismo tiempo.
Si
su tormento es mayor que todos los dolores de esta vida, también su gozo es muy
grande.
Dolor
y felicidad se entretejen misteriosamente en el purgatorio,
El
dolor proviene de que todavía no tienen la visión de Dios, que es el peor mal
podemos tener. Dice el Catecismo de la Iglesia: “Los que mueren en la gracia y en la
amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su
eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de
obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.”
La
razón de la alegría es su amor a Dios, y su certeza de salvarse, ya no van a
ser condenados, han ganado la batalla, han decidido su destino para siempre.
Son
hijos de Dios que están a un paso de la gloria, por eso la tradición cristiana
les llama benditas almas del purgatorio.
Allí
las penas son fuentes de alegría, se aceptan esos sufrimientos plenamente
entregados a la voluntad divina.
Existe
una estrecha relación entre las almas del purgatorio y nosotros, fruto de la
comunión de los santos que nos une, somos nosotros los que podemos ayudarles a
salir pronto del purgatorio, ellos no pueden hacer nada, nosotros podemos
empujarles con nuestra oración y mortificación.
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